sábado, 22 de diciembre de 2012

Regreso a casa y balance general

Después de tres intensos meses llenos de aprendizaje, nuevas sensaciones, pérdida de la noción del tiempo e inmersión en un nuevo país, llega el momento de regresar a casa. Es Navidad y, como todo fin de año, hora de hacer un balance general de lo vivido. Y por más que escarbo entre mi memoria reciente, me cuesta encontrar recuerdos improductivos. Los buenos recuerdos fueron muy bellos; los malos fueron muy instructivos.

Mi objetivo primordial en esta aventura era adentrarme en la cultura alemana y empaparme de su espíritu y de su lengua y es precisamente en este aspecto en el que he visto madurar los más jugosos frutos. Mis primeras batallas con la lengua alemana fueron arduas, ásperas, de esas que, tras la derrota, endurecen la coraza del guerrero caído. Durante días e incluso semanas anduve con aflicción y frustración porque pensaba que no podría vencer en esa guerra mental. Mi ánimo se hallaba por los suelos y hasta sentía las ganas de huir. Sólo entonces recordé la gloria de anteriores batallas y de que la lucha es larga y cuanto más larga sea, mayor también la recompensa.

Al principio tuve grandes problemas para entender el alemán. Necesitaba que me repitiesen las cosas varias veces y más lento. Y todo esto a pesar de llevar 3 años estudiando alemán. Supongo que nunca antes me había sumergido en tal inmersión lingüística. Por escrito ya era otra historia. 3 años leyendo periódicos y libros en alemán me habían ayudado a saber domar la estructura alemana. Ver los carteles escritos en alemán, rellenar formularios de la universidad y hacer vida en esta lengua también han contribuido a profundizar en ese aspecto.

Eso en lo que concierne a la lengua del día a día. Desde un punto de vista académico, he iniciado mi toma de contacto con la traducción a y desde el alemán. Como en Heidelberg no hay asignaturas de traducción español-inglés, todos mis cursos de traducción implican al español y al alemán. Realmente ha sido la primera vez que he trabajado en clase con traducciones en lengua alemana. Ya antes había hecho en casa traducciones de Kafka y Thomas Mann, pero nada serio. En un primer momento el alemán puede parecer una lengua difícil de traducir, pero una vez se acostumbra uno, se da cuenta de que la oración alemana es muy mecánica y las estructuras se repiten una y otra vez, por lo que simplemente hay que "ordenar" el puzle y elegir las palabras adecuadas. Por contra, la lengua inglesa es mucho más caótica y espontánea y cada traducción es un nuevo mundo.

Como consecuencia de esta inmersión en la cultura alemana, mi dominio de la lengua inglesa está a punto de caer por detrás del de la lengua alemana, más por mérito de la última que por demérito de la primera. Es más, sigo aprendiendo inglés, pero a un ritmo más lento. Se han dado ocasiones en que de repente ha aparecido una oportunidad de hablar inglés y mi cerebro estaba tan colonizado por el alemán, que no he podido elaborar discursos idiomáticos en inglés. Por suerte, es algo que se va disipando a los minutos de empezar la conversación, pero puede hacer ininteligible a más de uno.

También es destacable ver cómo el carácter general de los alemanes ha hecho mella en el mío. Si bien no creo que mi carácter haya cambiado demasiado desde que llegué a Heidelberg, no se puede ignorar el hecho de que ahora pido disculpas  y permiso más habitualmente y doy las gracias prácticamente por todo. También es posible que me haya vuelto más previsor y ahorrador o simplemente que estas cualidades mías existieran de antes y se hayan potenciado. He aquí una prueba de cómo la cultura siempre está moldeando al individuo y que adaptarse es cuestión de tiempo. Hace mucho que se descubrió que nuestro cerebro es muy plástico, especialmente en las primeras etapas de nuestra vida, así que aprovechémoslo y vivamos tantas vidas como podamos. Feliz Navidad, lectores, les deseo unas felices fiestas y nos vemos a comienzos de 2013. Auf Wiedersehen!


lunes, 10 de diciembre de 2012

¿Está justificado el complejo de los españoles?

Vivimos en un mundo en el que las culturas cada vez se conocen mejor entre sí. Ya todo el mundo sabe de dónde viene el bretzel, el sushi y la paella. Incluso en algunos casos hay culturas que están adoptando costumbres de otras culturas, sirvan como ejemplo las celebraciones de Halloween. Pero los pueblos, al igual que los individuos, son construcciones determinadas por sus circunstancias y su historia y, así como dos individuos, independientemente de cuánto puedan influirse mutuamente, mantienen su carácter, sus vicios y virtudes y sus lastres, igual ocurre con los pueblos.

Han tenido que pasar dos meses desde qué llegué a Heidelberg para percibir más nítidamente las diferencias de carácter entre los alemanes y mis compatriotas. Claro está que todavía queda mucho camino por recorrer y muchos lugares por explorar. Me arriesgo a que mi opinión cambie con el curso de los años. La vida es fluir.

Con el tiempo se suceden anécdotas y experiencias que le ayudan a uno a configurar su visión sobre el mundo. Hace unas semanas me comentaba un profesor que, en las clases de traducción, los alumnos españoles que vienen de Erasmus, entre los que me encuentro, siempre hacen un comentario antes de leer su traducción, como intentando excusarse ante cualquier posible error. El alumno teutón, por contra, me dijo, lee su traducción primero y luego espera a los comentarios sobre su trabajo. La observación me dio que pensar. ¿Hasta qué punto el país en el que nace un individuo determina su carácter? ¿Qué factores influyen en este proceso?

Las causas de tan dispares comportamientos son muy diversas, a saber, el clima, la religión, la historia, la literatura, etc. Analicemos, pues, qué es lo que lleva a los españoles a ponerse a la defensiva en todo momento. Uno se defiende siempre de un ataque. En nuestro caso, es este ataque un ente ficticio que el español deposita sobre cualquiera de sus acciones. El español  vive acomplejado. Piensa siempre que lo suyo vale menos. Cree que al alemán, o al inglés, o al sueco, se le tienen que dar mejor los idiomas de manera obligatoria. No nos terminamos de creer que alguien de nuestro entorno tenga fama internacional. Y cuando algo en el país no funciona, por mínimo y local que sea, siempre espetamos la frase: esto es España.

Pero, ¿realmente está justificado el complejo de los españoles? Pensamos que tenemos la peor educación, la peor economía, que somos los últimos en todo menos en fútbol. También pensamos que somos más tontos, sobre todo en comparación con el resto de Europa. Cuando vivía en España, e incluso estando aquí, yo también hacía comentarios similares. En cierto modo ignoraba que para establecer una comparación primero hay que conocer en profundidad los dos elementos que se comparan. Y eso es lo que no hacemos en España, por eso las valoraciones que vertimos sobre España los españoles están tan invadidas de prejuicios y autodesprecio.

¿Realmente los alemanes son más eficientes, inteligentes y están más avanzados que nosotros? Siempre he tenido la duda de si los españoles tenemos tan buena opinión del resto de europeos debido al aprecio que hacemos de ellos o al menosprecio que hacemos de nosotros. Sea cual sea la respuesta, en este artículo voy a abordar la cuestión del complejo de los españoles.

En primer lugar, como en casi todo en la vida, no creo que se pueda dar una respuesta absoluta a tal pregunta. Sin embargo, el complejo de los españoles sí que es absoluto, ya que abarca cualquier actividad que emprendemos. Yo creo que existen aspectos en los que ese complejo tiene su razón de ser, aspectos en los que España no funciona. Hablo de tres aspectos en concreto en los que Alemania, y otros países europeos, supera con creces a España. En mi opinión, la eficiencia alemana se basa en tres pilares que los españoles hemos descuidado siempre: educación, economía y política.

Para empezar, el sistema educativo alemán, con todas sus luces y sus sombras, aventaja al español en una serie de asuntos cruciales: se valora mucho más el mérito, existe un mayor respeto hacia el profesor y los estudiantes trabajan de forma mucho más independiente. Pero las bondades del sistema educativo no terminan aquí, sino que se extienden y desarrollan en la universidad y el sistema de educación dual. Llegados a cierta edad, los alumnos pueden elegir entre estudiar una carrera o combinar la formación académica con prácticas en una empresa. De esta forma, las universidades se descargan de cierto número de estudiantes que tienen mayor vocación para las profesiones técnicas. En España, al minusvalorar la FP, hemos provocado que las aulas universitarias estén sobrepobladas y muchos licenciados no puedan terminar accediendo a un trabajo relacionado con lo que han estudiado, ya que la oferta en ese campo ya está cubierta.


Otro de los aspectos - ya mencionado en otras entradas - es el de la libertad que goza el universitario alemán. El clima de las clases es mucho más relajado y distendido, más informal. Este ambiente tan familiar hace que el estudiante se sienta más cómodo, aproveche mejor el privilegio de estudiar una carrera y gane en creatividad. En España, en cambio, hay un intento de convertir a la universidad en una extensión del instituto. Se ignora que tanto profesor como alumno son ya adultos y que hay ciertas jerarquías que deben desaparecer.

Todos estos aspectos posicionan al sistema educativo alemán por encima del español según recoge el informe PISA, que sitúa a Alemania 23 puestos por encima de España en competencia científica, por aportar un ejemplo. Naturalmente, este hecho acaba repercutiendo en la economía y en la política notablemente.

Pero si sólo considerásemos la educación en su significado académico, estaríamos dejando el retrato a medio hacer. Buena parte de nuestra educación se curte en el ámbito familiar y, según lo poco que he podido observar hasta el momento, los padres saben complementar la educación que sus hijos reciben en las aulas. Los padres educan a sus hijos para que, desde muy pequeños, aprendan a ser independientes y a buscarse la vida. No es extraño, por ejemplo, ver a niños de 6 años coger solos el autobús que los lleva a casa después del colegio. Cuando llega la hora de estudiar en la universidad, los hijos se marchan a otra ciudad para hacer allí sus carreras. Muchos de ellos se buscan trabajillos para facilitar su situación financiera durante estos años de derroche. Cuando salen de sus grados, ya son personas totalmente formadas y con experiencia laboral, con lo que no tardan tanto tiempo en encontrar un empleo. Pero la mayor bondad de esta independencia no es la generación de individuos que pueden encontrar un empleo, sino que además están dispuestos a crearlo. La iniciativa empresarial entre los jóvenes alemanes supera con mucho la de los españoles. En España todavía no comprendemos que un país próspero, rico e independiente necesita empresarios e innovación. Sólo con este cambio de mentalidad podemos salir de la crisis. Porque se trata precisamente de eso, de salir de la crisis y no de que nos saquen.

Es cierto que el sistema de enseñanza también tiene sus sombras. Alemania es otra víctima del psicologismo educativo, que lleva a suponer que unos psicólogos pueden pronosticar si un niño de cuatro años tendrá éxito o no. Además, la segregación por niveles quizás se establezca a una edad demasiado prematura - 10 años - como para conocer el potencial de los alumnos. Y lo digo basándome en mi propia experiencia. Si me hubiesen evaluado a los 10 años hubiera acabado trabajando en un taller. En cambio, 10 años más tarde estoy estudiando tercero de Traducción, que no tiene nada que ver con aquello. Aun así, a pesar de este defecto, la educación alemana sigue puntuando muy por encima de la española, por lo que no sería un mal modelo a imitar.

En segundo lugar, Alemania, como es bien sabido, nos aventaja en el tema de moda: la economía. La suya es mucho más próspera, estable, y no está viviendo el drama que sufre la nuestra. Un buen número de indicadores muestra que la economía alemana está atravesando triunfante este pedregoso camino. La tasa de desempleo está en el 6.5%, la inflación es relativamente baja - como en España, gracias al euro -, el déficit se está reduciendo considerablemente y es posible que para 2014 se equilibre el presupuesto, un objetivo que cualquier nación ha de conseguir si no quiere hipotecar a sus jóvenes. Estos grandes resultados se deben, entre otros factores, a una política monetaria hasta cierto punto sana, que no genera una inflación alta, lo que facilita sobremanera la vida de las clases medias. Comparado con España, el mercado laboral es mucho más flexible, las empresas encuentran menos obstáculos para poder abrir y las finanzas públicas están en orden, lo que anima a la inversión. Es este un tema profundo y que lamentablemente no se puede desarrollar aquí, pero qué duda cabe que un sistema económico estable es el principal garante de la paz entre los individuos y los colectivos.



Por último, y como consecuencia de todo lo anterior, tenemos el sistema político y la vida en sociedad. Y comencemos por el que creo que es el mayor problema de la política española: la corrupción. Y de esta desgracia son tan responsables los políticos, por protagonizarla, como los ciudadanos, por tolerarla y haberla integrado como un elemento más de la vida cotidiana en España. En Alemania, ante el más mínimo caso de corrupción - y estoy hablando de casos que se alejan bastante de los ERE o Gürtel -, el implicado dimite y no se le vuelve a ver el pelo. Los índices de corrupción son muchísimo más bajos y la población no duda en desconfiar de cualquier político al que se le sospeche el más mínimo trapicheo. Naturalmente en el Bundestag se suele ceder a las peticiones de los lobbys y las decisiones políticas siempre obedecen a intereses particulares y maniobras. Nihil novum sub sole.

Eso sí, la tensión y el cainismo de la política española no existen. Aquí hay dos partidos fuertes - la CDU y el SPD - y los Verdes y el FDP, no tan fuertes pero que suelen formar parte de muchos gobiernos . Son habituales las coaliciones y, a diferencia de España, estas pueden estar formadas por los dos grandes partidos, lo que los alemanes llaman la Gran Coalición. Les importa más la estabilidad de la nación que las disputas partidistas. Creo que particularmente este último punto le haría mucho bien a España, pero ya sabemos que el cainismo inunda todos los resquicios de la nación y lo que se refleja en la política no es más que un retrato del ciudadano medio. Schade.



La vida en la sociedad española está marcada por la tirantez, por la mala leche y la asignación de culpas, pero es que además las conversaciones de política están a la orden del día. En Alemania apenas se habla de política. En estos dos meses todavía no he escuchado a nadie poniendo a parir a Angela Merkel en el autobús o sacándole los colores al Gobierno Federal en la cola del supermercado. La política queda siempre en un segundo plano. La gente sigue adelante con su vida sin mirar a los políticos cada dos pasos. Ahora bien, es cierto que en esta conducta hay implícito un cierto borreguismo, pero siempre son más peligrosos unos borregos que embisten.

En este marco general se insertan los aspectos de la vida cotidiana en los que España debería aprender de Alemania. Es verdad que no son pocos, también que son de gran relevancia y habría que corregirlos, pero siguen sin ser suficientes para justificar el complejo general de los españoles. Los alemanes también tienen sus defectos. Hay en ellos cierta tendencia imperialista y se suelen disgustar si las cosas no se hacen a su manera. Podría decirse que el alemán es un ser arrogante porque conoce sus virtudes e ignora sus defectos y el español es un ser acomplejado porque conoce sus defectos e ignora sus virtudes.

Y va siendo hora de que conozcamos nuestras virtudes. De España han salido artistas brillantes como Dalí,Velázquez o Goya, nuestra literatura no conoce parangón. Es difícil encontrar en otras culturas a escritores tan inteligentes como Unamuno, Cervantes, Pérez Galdós, Quevedo, García Lorca o Góngora. La lista es interminable. Tenemos músicos que, de haber nacido en Brooklyn, serían de renombre internacional. Nuestro país ha cojeado siempre en las ciencias positivas. Eso nadie lo pone en duda. Pero antes de prejuzgarnos, tenemos que conocer que nuestra historia estuvo marcada durante mucho tiempo por el oscurantismo de la Inquisición, los reyes absolutistas, el hambre, el aislacionismo y el retraso y que hemos de tener paciencia mientras nos deshacemos del yugo del pasado. Sólo si cuidamos y protegemos a nuestros jóvenes, ponemos coto a la fuga de cerebros y creamos un ambiente de amor al conocimiento podremos lograrlo.

Ignoro si una de las consecuencias de la globalización será la supresión de las identidades nacionales, si en el futuro existirá en cada país una fusión de los elementos más significativos de todas las naciones. Me inclino a pensar que siempre hay un sustrato que permanece y que a medida que las influencias mutuas crecen, el mundo no sólo no se hace más homogéneo  sino que acaba por resultar en una serie de híbridos que lo convierten en un lugar más diverso y particular. Puede que dentro de 50 años el español, o lo que quede de él, siga despotricando contra sus compatriotas, pero mientras come sushi y ojea un periódico en inglés.



domingo, 25 de noviembre de 2012

El mercado de Navidad

21 de noviembre. Camino por la calle principal de Heidelberg y un dulce aroma a caramelo penetra mis fosas nasales. A unos cien metros, cuatro hombres que rozan los cincuenta ultiman el montaje de su stand para el Weihnachtsmarkt (mercado de Navidad).



 El Weihnachtsmarkt pertenece a la tradición alemana y austriaca y tiene lugar durante la época de Adviento, desde el 21 de noviembre hasta el 21 de diciembre. Consiste en diversos stands que se colocan en las plazas principales de todas las ciudades y pueblos de Alemania y Austria. Por supuesto, cada lugar tiene sus particularidades y productos típicos. Yo basaré mi testimonio en los dos mercados navideños que he conocido, el de Heidelberg y el de Ludwigshafen del Rin. Aun así, existen ciertos lugares comunes que pueden dar una visión general de qué nos ofrece esta gran tradición germana. En los stands se vende fundamentalmente comida y bebida, Son frecuentes los puestos de salchichas y filetes, de gofres, crêpes, sopa, pizza y un largo etcétera que comienzo a esbozar en seguida.

El otro día tuve la ocasión de probar el Semmelknödel. Literalmente significa albóndiga de pan. Está hecha de trozos de pan del día anterior que se humedecen en leche hasta que resulta una masa que más tarde se cuece. En mi caso, iba esta acompañada de salsa de champiñones.



Otro tipo de comida que no conocía y que tuve ocasión de probar son los lángos húngaros, una especie de masa de pan frito que se hace a base de una masa de patata. Se le añade agua, harina, levadura y sal. Una vez listo, puede acompañar prácticamente a cualquier cosa. Los españoles reconocerán rápidamente el sabor de esta masa porque guarda un parecido notable con la de los churros.



Existen además puestos con algodones de azúcar, chocolate con forma de fruta, ya sean manzanas, fresas o hasta piñas.




Al margen de la comida, son obligados los puestos de Glühwein, vino caliente que sirve para combatir el frío y que se suele elaborar con canela, si bien existe una gran variedad de ellos. También es de destacar la facilidad con la que algunas variedades lo emborrachan a uno.



Seguimos, pero esta vez dándole un descanso al paladar. Son comunes los puestos sobre figuritas que fuman  y emiten el aroma del que hablaba al comienzo del artículo, así como juguetes, dibujos, miniaturas, cartas de felicitación y un largo etcétera que lamentablemente no puedo enumerar aquí. Por problemas de espacio, pero también de memoria.

En el centro de la plaza se suele colocar lo que se llama la Weihnachtspyramide (pirámide de Navidad), una especie de carrusel con imágenes navideñas que se mueven debido al impulso que produce una hélice encima de la pirámide.




Todo esto enmarcado en un paisaje lleno de decorado navideño. Con sus luces, sus Papa Noël, belenes, etc. Cuando nieva, cosa poco común en el noviembre de Heidelberg, se produce una estampa que ya envidiarían las películas de Navidad americanas. Pero sobre todo, aparte del agradable olor a comida y vino caliente, se respira un ambiente de paz y diversión: Familias que van a comer Bratwurst, mientras el niño pequeño se queda parado señalando los puestos de caramelos, universitarios que se relajan Glühwein en mano después de una semana de facultad, mendigos que, habiendo reunido un par de euros se compran un trozo de pizza y, sentado en la mesa de un puesto de vino caliente , yo escribiendo estas líneas.






sábado, 17 de noviembre de 2012

He perdido el corazón en Heidelberg

Indiqué en un artículo hace unas semanas, que empezaría el  blog in medias res por cuestiones circunstanciales y capricho de las musas, así que me sentía en deuda con los lectores, que no han podido, hasta hoy, conocer el comienzo de mi aventura Erasmus. He aquí pues mi primera crónica en Heidelberg:

Como dice la clásica canción yo también he perdido el corazón en Heidelberg. Aunque a decir verdad he perdido tantas cosas aquí. En tan sólo dos semanas llegué a perder la paciencia, un kilo, el miedo a hablar alemán y muchos prejuicios, sobre mí y sobre el extranjero. Durante las últimas semanas he tenido tantos pensamientos en la cabeza que me ha costado una eternidad decidirme por uno, así lo mejor será desarrollar los hechos tal y como vengan a mi cabeza.

A los amantes de la aventura y la odisea les encantará la historia de cómo conseguí llegar a Heidelberg. Lunes, 1 de octubre, 5 de la mañana, aeropuerto de Málaga, caras de cansancio, gente durmiendo, torre de babel, cafés, maletas, más maletas y, por mi parte, nervios, incertidumbre, cero horas de sueño y una extraña sensación que me invade el cuerpo. ¿miedo? ¿emoción? ¿nostalgia? ¿pre-nostalgia? No importa. Hay sensaciones que sólo pueden expresarse con un ritmo musical y no con palabras. El día anterior estuvo lleno de despedidas, preparación de las maletas, apuntes de direcciones y planes que luego Dios sabe si se llevarían a cabo.

A las 7 de la mañana despegó el avión con destino a Frankfurt. Un vuelo tranquilo, sin sobresaltos y dominado por el cansancio y el sueño. Sólo más tarde me daría cuenta de que esas tres horas de vuelo serían mis últimos momentos de reposo hasta la noche. Justo al aterrizar comenzaron los problemas, cómo no, en forma de desorientación. Pensé yo que me encontraba en el Aeropuerto internacional de Frankfurt, justo al lado de la estación de trenes, desde donde llegaría a Heidelberg. Cuando llegué, me sorprendió lo pequeño que era. Había leído que el de Frankfrut era el tercer aeropuerto con más tránsito de Europa. Quién me iba a decir a mí que en Frankfurt hay dos aeropuertos y que yo me encontraba en el de Hahn, a una hora de la estación. Entre el cansancio y el choque cultural, apenas pude balbucear unas preguntas en alemán en un punto de información. De repente es como si se me hubiese olvidado el alemán. Tras un cuarto de hora de preguntas con respuestas poco diáfanas, logré rescatar cierta información de mi interlocutora. Había un autobús que me dejaba directamente en Heidelberg sobre las 4 de la tarde, pero justo a las 4 menos 10 tenía que estar en la pequeña localidad vecina de Neckargemünd, ya que tenía una entrevista en la que esperaba fuese mi residencia en Heidelberg, así que tuve que coger un autobús hacia la estación y ya en ésta un tren hasta Neckargemünd. 15:30. Neckargemünd. Ahora el objetivo era dar con la casa en la que tenía que presentarme. Con una maleta de 20 kilos a cuestas, la tarea no iba a ser sencilla, y más cuando, después de preguntar a varios transeúntes, caí en la cuenta de que no tenía el número concreto de la casa. Durante unas horas me desapareció el cansancio y el hambre y mi cuerpo comenzó a alimentarse únicamente de la rabia del momento. Derrotado y desilusionado, pero con fuerzas para continuar al siguiente día, emprendí el viaje hacia Heidelberg y hacia el albergue en el que me hospedaría los siguientes días. "Mañana será otro día", pensé.



Dice el refranero español que a quien madruga, Dios le ayuda.Y en mi segundo día este dicho se cumplió a rajatabla. Me levanté a las 7 de la mañana para aprovechar el día buscando piso. Si mi primer día en Heidelberg estuvo marcado por la desorientación, la derrota, el cansancio y la mala suerte, en mi segundo día, con las pilas recién cargadas, tuve la oportunidad de apreciar la belleza de la ciudad, de conocer gente y, sí, por fin, de encontrar alojamiento, en una residencia desde la que ahora, mientras navego por mis recuerdos, tecleo estas líneas. Han pasado ya casi dos meses. Ahora estoy completamente asentado en la ciudad, la conozco como la palma de mi mano, cosa no muy difícil, y he arreglado todos los temas burocráticos con la universidad. Sin duda, han sido muchas las impresiones que me ha producido esta experiencia hasta ahora, pero no hay ni espacio, ni contexto para continuarlas en esta entrada, sino en las muchas más que me quedan por escribir. En realidad, es  con este artículo con el que debería haber empezado mi blog, pero la inspiración es caprichosa y me sugería otros temas e impresiones. Ahora tengo que seguir con mis traducciones. ¡Saludos!

domingo, 11 de noviembre de 2012

La universidad alemana.

Otoño de 2012. Heidelberg. Una enorme masa de hojas secas inunda el pie de los árboles. Una chica, ataviada con un gorro-boina de lana, aparca su bicicleta al lado de la facultad. Acaba de comenzar el nuevo curso. Son las 12:10 y me doy prisa porque no quiero llegar tarde a mi primera clase. Se produce una lucha de mis nociones del tiempo: una quiere que éste pase rápido porque tengo que apresurarme; la otra, embriagada por las nuevas impresiones, busca ralentizar los movimientos para poder asimilar cada novedad.

Esa misma tarde, agotado por lo arrollador de la lengua alemana, trato de establecer en el camino a casa algunas conclusiones sobre el sistema universitario alemán. No soy capaz. Quizás necesite un tiempo para no juzgar con los anteojos del prejuicio y la precipitación.

3 semanas más tarde, y con algo de experiencia a cuestas, comienzo a vislumbrar las particularidades de la universidad alemana. Como es imposible valorar en el absoluto, sino únicamente a través de la comparación, utilizo como referencia la Universidad de Málaga, pero creo que por extensión se podría llevar a la universidad española en general.

En primer lugar, la Ruprecht-Karls-Universität nos recibió de una manera mucho más solemne, con una gran recepción, que incluyó discursos del rector y otras personalidades, acompañados con un coro que entonaba el himno de la universidad. En Málaga ni siquiera recuerdo si hubo una recepción.

Pero, alejándonos de temas banales, vayamos al centro de la cuestión. La asignación de edificios y profesores también adoleció aquí de grandes fallos durante la primera semana, si bien es verdad que no del mismo calado que en Málaga. Los profesores están muy preparados y nos exigen un gran esfuerzo para conseguir aprobar las asignaturas. Hay de todo, por supuesto.

También se lleva la victoria la universidad alemana en cuestiones de material. Para la asignatura de interpretación, aquí hay cabinas suficientes, si bien algunas no funcionan a la perfección, están equipadas con los elementos necesarios para impartir unas clases de interpretación adecuadas. En la Universidad de Málaga, aparte de no haber suficientes, éstas daban mucho que desear.



Pero sin duda alguna, el rasgo que más me ha llamado la atención ha sido la libertad. En Alemania la universidad es mucho más libre. Aquí no se pasa lista a los alumnos, el que a alguien le suene el móvil en plena clase no supone una mirada de odio por parte del profesor. Alguna gente llega tarde, elige una silla y se sienta, sin que esto lleve a una interrupción de la clase. Pero fuera de meros hechos puntuales, esta tendencia a la libertad se cristaliza en la ausencia del asignaturismo que caracteriza a España, sobre todo en los últimos años. Los estudiantes asisten durante las primeras semanas a distintas clases y luego eligen aquellas que más le hayan interesado hasta alcanzar el mínimo de créditos exigidos. Los cursos se desarrollan como un ciclo de conferencias y en cada una se trata un tema distinto. Así que perderse una clase no es el fin del mundo. Aun así, es cierto que en muchas asignaturas de traducción, por razones obvias, esta tendencia se rompe.

Y ya por último, y como nota curiosa, en la universidad alemana, cuando a los estudiantes les ha gustado una conferencia, muestran su admiración dando unos golpes sobre la mesa  con el puño cerrado, justo cuando la conferencia llega a su fin. Es decir, tiene un efecto similar al aplauso, sólo que en la universidad ha tomado una forma distinta de manifestarse.

Hasta ahora estas han sido mis primeras impresiones sobre el mundo nuevo que estoy descubriendo. En futuros artículos, seguiré moldeando mis pareceres al respecto. Pongo fin pues a la singladura de hoy. ¡Nos vemos en la siguiente ruta, amigos! ¡Saludos!

sábado, 27 de octubre de 2012

Entre tarimas y los lamentos de Kafka


Ayer, día 26 de octubre, tarde de teatro en Heidelberg. ¿La obra? Una maravillosa interpretación de "Das Urteil", de Franz Kafka, ni más ni menos. La representación tuvo lugar en el Taeter Theater de Heidelberg, un modesto pero acogedor local con un aforo que apenas si podía albergar a 100 personas. Se llenó algo más de la mitad. En medio del escenario, de pequeñas dimensiones, se divisa una sobria silla, rodeada por una serie de palos de madera, cuyas extremos superiores se encuentran en un punto concéntrico, dando la sensación de que la silla está dentro de una cabaña. Pasa un minuto cuando un hombre, el único actor de la obra, entra en escena. Al poco tiempo comienza a hablar. Sé que todavía no estoy preparado para entenderme con el alemán de Kafka, pero la expresividad del Schauspieler, combinada con su entonación, me facilitaron sobremanera la comprensión de ese oscuro lenguaje que a veces puede caracterizar a Kafka. Y durante una hora se enfrenta una sola persona a un texto complejo, no diseñado expresamente para ser representado en teatro y con la única ayuda de un sencillo jeugo de luces, un escenario, una silla y varias tablas de madera. Son ya las 21:00. Acaba la función. Aplausos. Salgo a la calle. La lluvia inunda Heidelberg. 


sábado, 13 de octubre de 2012

Oh Heidelberg, du schöne!

La verdad es que estaba escribiendo un artículo más extenso sobre mi experiencia en Heidelberg, un relato más cronológico, sin embargo esta tarde me saltó la inspiración. Empiezo, pues, in medias res porque realmente así es como se recuerda la vida, sin ningún orden temporal o geográfico, resaltando los momentos que nos exija nuestro ánimo. Éste es el resultado:

13/10/ 2012.

Hoy he decidido salir a explorar los alrededores de la ciudad de Heidelberg. Ahora marcho en dirección a la pequeña localidad de Neckargemünd. La mala caligrafía se debe al irregular traqueteo del autobús. Son cerca de las 3 de la tarde. Almorcé sobre las 12:30 y me recreé en los innumerables atractivos que circundan al río Neckar: El alte Brücke, la arquitectura de los edificios situados a orillas del Neckar...



Heidelberg está siendo una experiencia inigualable y, desde luego, enriquecedora. Es asombroso cómo la mente humana se acaba acostumbrando a los bellos paisajes, las lenguas foráneas, las leyes de cortesía que rigen la vida de los nativos, etc.

Heidelberg es una ciudad diversa y cosmopolita, donde se dan cita personas de todas las edades, países, tribus urbanas y religiones. La gente no parece sentir incomodidad por esta realidad. La ciudad, los edificios, los coches, las casas se unen en perfecta simbiosis con la vida natural de la zona. Aunque aún es muy pronto para afirmar esto, parece que el otoño es la estación que mayor belleza brinda a Heidelberg. La policromática gama de árboles, con sus hojas cayendo al suelo imprimen una estampa idílica en los ojos de este viajero.


Los alemanes son plenamente conscientes del tesoro que albergan a pocos metros de sus moradas y tratan por todos los medios de mantener una ciudad limpia, sana y sin rastro de contaminación. Prueba de ello son los extensísimos carriles para bicicletas por los que circulan miles de personas cada día, la popularidad - y eficiencia - del transporte público y los contenedores de reciclaje en cada esquina de la ciudad. Al tratarse de una ciudad universitaria, la oferta cultural es rica, barata y abundante. Todos los días hay cosas que hacer. Aquí hallarían su paraíso tanto amantes de la literatura, como cinéfilos y melómanos empedernidos. También es ciudad de poetas y teatros. Yo mismo iré el día 26 a ver una obra de teatro basada en la historia de Kafka Das Urteil (El juicio). El megáfono del autobús me avisa de que se acerca mi parada, así que os tengo que dejar. Neckargemünd me aguarda ¡Saludos!




domingo, 23 de septiembre de 2012

¡Poyejali!

Con esta frase inició el cosmonauta ruso Yuri Gagarin el primer viaje al espacio. Podría traducirse por la expresión española "¡Vámonos!". Ya, ya sé que aquí pegaría más una expresión alemana, pero de alguna forma Poyejali conserva en su esencia lo que estoy apunto de emprender. Un viaje apasionante, que jamás he realizado hasta la fecha y que va a marcar un punto de inflexión en mi vida. ¡Poyejali!, pues.

Aunque más que viaje, el nombre apropiado sería odisea. Todavía no sé dónde acabaré alojándome. A lo mejor termino filosofando a las orillas del Néckar, mochila al hombro y libro en mano. El tiempo lo decidirá. Debido a que mi estancia en Heidelberg se prolongará unos 10 meses, no puedo ir, como el maestro Machado, ligero de equipaje, sino escoltado con dos grandes maletas que abultarán sobremanera el precio final del billete. Además voy a cometer la osadía de volar con Ryanair. Sí, esa compañía que según nuestros honestos periódicos mantiene al borde de la muerte a sus pasajeros en el 90% de los vuelos, donde tienen a los peores pilotos del mundo y, por si eso fuera poco, también se comen a los niños. Es tan grande el miedo que me asalta que siento la tentación de escribir mi testamento aquí ya de paso. Muchos deberían comprender que la vida no es un lugar seguro. Es la primera regla de todo organismo vivo.

Pero dejando aparte disquisiciones sobre el periodismo sensacionalista, la verdad es que esta nueva aventura me está colmando de emociones el alma. Son muchas las personas a las que dejo atrás. Despedidas, abrazos, ya nos veremos, volveré por Navidad como el turrón, etc. Pero también se vierten sobre mí emociones sobre lo que me deparará el futuro. Qué sensaciones imprimirán en mi ser los nuevos paisajes que me encuentre, qué nuevas personas conoceré, cómo me va a ayudar mi alemán a desenvolverme en un entorno distinto y una serie de pensamientos que rondan por mi cabeza sin rumbo.

Carpe diem decían los latinos, pero es difícil recoger el presente cuando en el futuro me esperan los mejores frutos de la cosecha. La verdad es que ahora mismo me representa más la cita de uno de mis directores favoritos, Woody Allen: "Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida".



En fin, en cuanto pose mis pies sobre Heidelberg, volveréis a tener noticias de mí. Hasta entonces, recoged el día los que habéis sembrado para hoy...que ya llegará el mañana.



sábado, 25 de agosto de 2012

En la puerta del camino

Seguramente os estaréis preguntando qué es eso de Eulenspiegel, quién está detrás y qué vais a encontraros aquí. Mi nombre es Daniel Soler, estudio Traducción e Intepretación en la Universidad de Málaga y cursaré mi tercer año de carrera en la bella ciudad de Heidelberg, fuente de inspiración del romanticismo y zona universitaria por excelencia. La senda principal que trato de seguir en esta vida es el conocimiento; entender la complejidad de mi entorno, la historia, la psicología humana y su mayor escaparate, el idioma. Creo que el ser humano sólo es feliz cuando consigue aferrarse a un elemento del exterior. En mi caso busco una completa interacción con el ambiente, trato de entenderlo y poner en práctica ese conocimiento para poder facilitarme la vida, a mí y a aquellos que me acompañan. A través de este blog espero que os calcéis las botas del viajero y preparéis todos los utensilios que os harán falta durante el viaje. Añadiré en  cada etapa de este viaje un glosario con los conceptos alemanes que me vayan proporcionando los nativos, aparte de una nutrida colección de imágenes con los lugares sobre los que se posen mis zapatos.

Pero, ¿Quién es Eulenspiegel? Se trata de un pícaro alemán que vivió durante la Edad Media. De él se dice que acostumbraba a transitar las plazas burlándose de los transeúntes a través del lenguaje. Lo que hacía era interpretar literalmente las expresiones que utilizaban sus interlocutores, dando así lugar a escenas de lo más disparatadas. En este largo periplo de nueve meses tomo prestado el espejo que siempre lo escoltaba para mostrar los entresijos que la sociedad alemana alberga para los que no viven en tierras germanas. Se hablará  sobre historia y literatura, pero también sobre cocina, cerveza y deporte. Entre entrada y entrada, también os ofreceré mis impresiones sobre este nuevo mundo que me abre sus brazos, dispuesto a que mis lectores conozcan sus luces y sus sombras. Además de fotos, MóNTATE Y PEDALEA me cederá sus más que logradas ilustraciones para llenar de color el negro sobre blanco que dibuje mi pluma. Sed muy bienvenidos. El 1 de octubre comenzará una nueva singladura.