Después de tres intensos meses llenos de aprendizaje, nuevas sensaciones, pérdida de la noción del tiempo e inmersión en un nuevo país, llega el momento de regresar a casa. Es Navidad y, como todo fin de año, hora de hacer un balance general de lo vivido. Y por más que escarbo entre mi memoria reciente, me cuesta encontrar recuerdos improductivos. Los buenos recuerdos fueron muy bellos; los malos fueron muy instructivos.
Mi objetivo primordial en esta aventura era adentrarme en la cultura alemana y empaparme de su espíritu y de su lengua y es precisamente en este aspecto en el que he visto madurar los más jugosos frutos. Mis primeras batallas con la lengua alemana fueron arduas, ásperas, de esas que, tras la derrota, endurecen la coraza del guerrero caído. Durante días e incluso semanas anduve con aflicción y frustración porque pensaba que no podría vencer en esa guerra mental. Mi ánimo se hallaba por los suelos y hasta sentía las ganas de huir. Sólo entonces recordé la gloria de anteriores batallas y de que la lucha es larga y cuanto más larga sea, mayor también la recompensa.
Al principio tuve grandes problemas para entender el alemán. Necesitaba que me repitiesen las cosas varias veces y más lento. Y todo esto a pesar de llevar 3 años estudiando alemán. Supongo que nunca antes me había sumergido en tal inmersión lingüística. Por escrito ya era otra historia. 3 años leyendo periódicos y libros en alemán me habían ayudado a saber domar la estructura alemana. Ver los carteles escritos en alemán, rellenar formularios de la universidad y hacer vida en esta lengua también han contribuido a profundizar en ese aspecto.
Eso en lo que concierne a la lengua del día a día. Desde un punto de vista académico, he iniciado mi toma de contacto con la traducción a y desde el alemán. Como en Heidelberg no hay asignaturas de traducción español-inglés, todos mis cursos de traducción implican al español y al alemán. Realmente ha sido la primera vez que he trabajado en clase con traducciones en lengua alemana. Ya antes había hecho en casa traducciones de Kafka y Thomas Mann, pero nada serio. En un primer momento el alemán puede parecer una lengua difícil de traducir, pero una vez se acostumbra uno, se da cuenta de que la oración alemana es muy mecánica y las estructuras se repiten una y otra vez, por lo que simplemente hay que "ordenar" el puzle y elegir las palabras adecuadas. Por contra, la lengua inglesa es mucho más caótica y espontánea y cada traducción es un nuevo mundo.
Como consecuencia de esta inmersión en la cultura alemana, mi dominio de la lengua inglesa está a punto de caer por detrás del de la lengua alemana, más por mérito de la última que por demérito de la primera. Es más, sigo aprendiendo inglés, pero a un ritmo más lento. Se han dado ocasiones en que de repente ha aparecido una oportunidad de hablar inglés y mi cerebro estaba tan colonizado por el alemán, que no he podido elaborar discursos idiomáticos en inglés. Por suerte, es algo que se va disipando a los minutos de empezar la conversación, pero puede hacer ininteligible a más de uno.
También es destacable ver cómo el carácter general de los alemanes ha hecho mella en el mío. Si bien no creo que mi carácter haya cambiado demasiado desde que llegué a Heidelberg, no se puede ignorar el hecho de que ahora pido disculpas y permiso más habitualmente y doy las gracias prácticamente por todo. También es posible que me haya vuelto más previsor y ahorrador o simplemente que estas cualidades mías existieran de antes y se hayan potenciado. He aquí una prueba de cómo la cultura siempre está moldeando al individuo y que adaptarse es cuestión de tiempo. Hace mucho que se descubrió que nuestro cerebro es muy plástico, especialmente en las primeras etapas de nuestra vida, así que aprovechémoslo y vivamos tantas vidas como podamos. Feliz Navidad, lectores, les deseo unas felices fiestas y nos vemos a comienzos de 2013. Auf Wiedersehen!
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