domingo, 11 de noviembre de 2012

La universidad alemana.

Otoño de 2012. Heidelberg. Una enorme masa de hojas secas inunda el pie de los árboles. Una chica, ataviada con un gorro-boina de lana, aparca su bicicleta al lado de la facultad. Acaba de comenzar el nuevo curso. Son las 12:10 y me doy prisa porque no quiero llegar tarde a mi primera clase. Se produce una lucha de mis nociones del tiempo: una quiere que éste pase rápido porque tengo que apresurarme; la otra, embriagada por las nuevas impresiones, busca ralentizar los movimientos para poder asimilar cada novedad.

Esa misma tarde, agotado por lo arrollador de la lengua alemana, trato de establecer en el camino a casa algunas conclusiones sobre el sistema universitario alemán. No soy capaz. Quizás necesite un tiempo para no juzgar con los anteojos del prejuicio y la precipitación.

3 semanas más tarde, y con algo de experiencia a cuestas, comienzo a vislumbrar las particularidades de la universidad alemana. Como es imposible valorar en el absoluto, sino únicamente a través de la comparación, utilizo como referencia la Universidad de Málaga, pero creo que por extensión se podría llevar a la universidad española en general.

En primer lugar, la Ruprecht-Karls-Universität nos recibió de una manera mucho más solemne, con una gran recepción, que incluyó discursos del rector y otras personalidades, acompañados con un coro que entonaba el himno de la universidad. En Málaga ni siquiera recuerdo si hubo una recepción.

Pero, alejándonos de temas banales, vayamos al centro de la cuestión. La asignación de edificios y profesores también adoleció aquí de grandes fallos durante la primera semana, si bien es verdad que no del mismo calado que en Málaga. Los profesores están muy preparados y nos exigen un gran esfuerzo para conseguir aprobar las asignaturas. Hay de todo, por supuesto.

También se lleva la victoria la universidad alemana en cuestiones de material. Para la asignatura de interpretación, aquí hay cabinas suficientes, si bien algunas no funcionan a la perfección, están equipadas con los elementos necesarios para impartir unas clases de interpretación adecuadas. En la Universidad de Málaga, aparte de no haber suficientes, éstas daban mucho que desear.



Pero sin duda alguna, el rasgo que más me ha llamado la atención ha sido la libertad. En Alemania la universidad es mucho más libre. Aquí no se pasa lista a los alumnos, el que a alguien le suene el móvil en plena clase no supone una mirada de odio por parte del profesor. Alguna gente llega tarde, elige una silla y se sienta, sin que esto lleve a una interrupción de la clase. Pero fuera de meros hechos puntuales, esta tendencia a la libertad se cristaliza en la ausencia del asignaturismo que caracteriza a España, sobre todo en los últimos años. Los estudiantes asisten durante las primeras semanas a distintas clases y luego eligen aquellas que más le hayan interesado hasta alcanzar el mínimo de créditos exigidos. Los cursos se desarrollan como un ciclo de conferencias y en cada una se trata un tema distinto. Así que perderse una clase no es el fin del mundo. Aun así, es cierto que en muchas asignaturas de traducción, por razones obvias, esta tendencia se rompe.

Y ya por último, y como nota curiosa, en la universidad alemana, cuando a los estudiantes les ha gustado una conferencia, muestran su admiración dando unos golpes sobre la mesa  con el puño cerrado, justo cuando la conferencia llega a su fin. Es decir, tiene un efecto similar al aplauso, sólo que en la universidad ha tomado una forma distinta de manifestarse.

Hasta ahora estas han sido mis primeras impresiones sobre el mundo nuevo que estoy descubriendo. En futuros artículos, seguiré moldeando mis pareceres al respecto. Pongo fin pues a la singladura de hoy. ¡Nos vemos en la siguiente ruta, amigos! ¡Saludos!

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