Dibujo: MóNTATE Y PEDALEA |
Salgo a las calles de mi Antequera natal a darme mi primer paseo después de varios meses en el extranjero. Es una de mis actividades favoritas en solitario. Recorrer calles y plazas, recordar en cada paso un momento distinto de mi infancia, una mirada, un olor, rememorar la contradictoria mezcla de sentimientos que nos acompaña durante la adolescencia. Ver a los pequeñajos jugar a la pelota me hace sentir viejo y reconozco que también me da un poco de vértigo. Sin embargo, en un entorno que me resulta tan familiar, hay una nota discordante: todo está demasiado sucio. No recuerdo unas calles llenas de cacas de perro, botellas, cristales, etc. ¿Ha ocurrido un gran evento durante mi ausencia? ¿O realmente todo estaba así antes de que me fuera? Acto seguido caigo en la cuenta de que mi memoria me ha vuelto a jugar uno de estos trucos del cerebro, que consiste en alterar nuestra idea del pasado debido a la presión que ejerce en nosotros la memoria más reciente. En mi caso, esta memoria reciente todavía sigue influida por la limpieza de las ciudades alemanas.
Lejos de la intimidad de nuestro hogar, las calles y los lugares públicos son el principal reflejo estético de nuestra sociedad. Es en estos lugares donde proyectamos la imagen que queremos que los demás tengan de nosotros, el escaparate en el que se exhibe nuestra ciudad.
Lo cierto es que, en lo que a cuestiones medioambientales se refiere, Alemania nos lleva unos 20 años de ventaja, cifra que aumenta a medida que nos acercamos al sur de España. Las calles están más limpias, el reciclaje es más efectivo y las bicicletas - y no el humo - invaden el paisaje.
Ahora bien, considero injusto comparar a dos países que sencillamente no han tenido los mismos años de desarrollo. Alemania logró mucho antes que España alfabetizar, alimentar y vestir a su población, por lo que es lógico que sus preocupaciones medioambientales surgieran mucho antes y, por tanto, nos lleven años de ventaja en este campo. Además, la situación actual es mucho más cómoda para los alemanes a la hora de abordar este asunto. España ya tiene suficientes preocupaciones con sus 6 millones de parados, los desahucios y una deuda galopante. Sin embargo, tal vez vaya siendo hora de proponer algunas ideas para cuando pase la tormenta.
¿Cómo consigue Alemania - junto a otros países europeos - resultados tan positivos en reciclaje y limpieza? Pues diría que una mezcla de políticas sensatas por parte de las autoridades - aunque no siempre - y cierto grado de civismo por parte de los ciudadanos.
El método más inteligente que he visto hasta ahora en materia de reciclaje es el del sistema de retorno de envases. En Alemania se introdujo en el año 2003 y actualmente existe en unos 40 países. El sistema funciona de la siguiente forma: A cada envase (sea de refrescos, cerveza, agua, etc) se le asigna un depósito (Pfand) que, en el caso de Alemania, asciende a los 25 céntimos. Esta es la cantidad que se abona en el supermercado junto al precio del producto en sí. Cuando consumimos el producto, llevamos los envases vacíos a una máquina que suele estar en el propio supermercado y así recuperamos nuestro depósito. El supermercado a su vez entrega estas botellas a la entidad que gestiona el sistema y este recibe 25 céntimos por cada envase más una cantidad adicional por el servicio.
¿Ha traído buenos resultados este sistema? Absolutamente, como ahora veremos. Aparte de que es prácticamente imposible encontrar botellas tiradas por las calles, aprox. el 98.5% de los envases son retornados. Es decir, se aprovechan mejor los recursos a la par que se mantienen limpios los espacios comunes. Pero, ¿cómo se ha conseguido esto? ¿No estamos acostumbrados a que las políticas suelan errar el tiro en un 90% de los casos? A mi modo de ver, por la simple razón de que este sistema entiende la psicología humana. En lugar de tratar de organizar campañas para crear sentimiento de culpabilidad por la situación medioambiental, la contaminación y la suciedad en las calles, se ha optado por poner el énfasis en aquello que mueve al ser humano: el interés. Sencillamente, si alguien no recicla, pierde 25 céntimos y, si alguien se encuentra una botella por la calle, ganará esos 25 céntimos, así que el interés personal provoca un sistema de cooperación que además, consigue un mayor éxito que si fuese impuesto mediante la coacción.
En cuanto a los resultados de reciclaje general, Alemania consigue reutilizar el 48% de su basura, en parte gracias a la división de la basura en distintos tipos de contenedores, al igual que en España. Pero me imagino que los alemanes están más por la labor, pues en nuestro país esa cifra no llega al 15%.
Otro de los aspectos que sería menester destacar es la conciencia medioambiental de los alemanes. Si bien a veces roza la paranoia, algunas de las conductas ecologistas son francamente positivas: los dueños de los perros recogen las cacas siempre, se prefiere el uso de bicicleta al de coches y el sistema de transporte público es uno de los más eficientes de Europa.
Pero no caigamos en el maniqueo juego de negro y blanco. En las calles alemanas también se ven en el suelo envases, cigarrillos, algunos chicles, etc, sólo que no en la misma medida. Al igual que en España hay ciudadanos que tratan de mantener limpios los lugares públicos que utiliza.
El tema del medioambiente es demasiado complejo como para ser tomado a la ligera, pero qué duda cabe que unas calles limpias y un aire libre de contaminación nos benefician a todos.