domingo, 16 de junio de 2013

¿Y cómo son los alemanes?



En una de las tantísimas anécdotas (inventadas y reales) que pesan sobre Winston Churchill, alguien le preguntó qué opinaba de los franceses, ante lo que el ingenioso primer ministro respondió: "No sé, son muchos y no los conozco a todos". Esta frase resume mi posición inicial ante el tema de este artículo. Es muy difícil extraerle un carácter de unidad a un país con más de 80 millones de almas. Sin embargo, como el ser humano es un Zóon politikon, un animal social, su comportamiento se halla influido directamente por la cultura en la que nace, la educación de padres y maestros, los amigos, etc, y, por lo tanto, es posible hablar de algunos rasgos que, si no son comunes, están muy extendidos entre los habitantes de una nación.

Alemanias hay muchas: hay diferencias entre el norte y el sur, los pueblos y las ciudades, los católicos y los protestantes, etc. La Alemania que yo he conocido es la de Heidelberg, que es la Alemania universitaria, joven, cosmopolita y, en muchas esferas, se encuentra algo alejada de la Alemania "real", pero, por otro lado, representa el futuro de este país y quizás lo que he percibido yo durante mi estancia aquí se proyecte en la Alemania de dentro de 30 años. Como no soy dualista, no voy a dividir las características de los alemanes en buenas y malas, como cabría esperar. Los pueblos y las personas tenemos comportamientos que pueden ser juzgados como buenos o malos, pero que son indisociables entre sí, es decir, que aquellos rasgos que nos hacen ser veneno, nos convierten en antídotos en otras circunstancias. Por tanto, trataré de acercarme lo más sinceramente posible a la sensación que me han producido mis relaciones con ellos.

Entablar amistad con los alemanes no es una tarea tan sencilla como lo puede ser en España. Pasar de la barrera del "¡Hola!, ¿qué tal?" y un par de informaciones sobre las cosas de la vida cotidiana toma más tiempo del que podría esperarse con un mediterráneo. Mostrar los sentimientos en público no es muy habitual, tendencia que parece acentuarse a medida que se avanza hacia el norte del país. Este carácter no debe leerse como una seña de hostilidad, como nos hace temer el prejuicio, sino únicamente como una manifestación de timidez e inseguridad o, en un buen número de casos, simple desgana. Aun así, cuando se consigue atravesar esa frontera inicial, los alemanes son unos amigos fieles, honestos y dispuestos a brindar ayuda cuando se les pide. 

Este carácter asistencial viene influido notablemente por la noción de comunidad que tiene el alemán. Los alemanes son conscientes de compartir una identidad común que gira en torno a la nación alemana, encarnada en el estado, de donde emanan las leyes que hay respetar para el funcionamiento adecuado de la comunidad. El alemán es muy respetuoso con la ley, como ya indiqué en anteriores artículos sobre el sistema de trasportes y las leyes medioambientales, lo que me lleva a pensar que esta es una de las razones por las que en Alemania no existe tanta corrupción como en España o Italia. En Alemania el colectivo está por encima del individuo y la familia, lo que reduce significativamente las tentaciones de nepotismo y amiguismo. Este sentimiento de comunidad también se traduce en un respeto por el otro. Cuando dos personas chocan por la calle, ambas de disculpan, cuando uno va a pedir a un restaurante, lo hace por favor y, cuando le traen el plato, da las gracias. Asimismo son bastante serviciales cuando se les pregunta por una dirección o necesitamos cualquier tipo de ayuda. No es de extrañar que un pueblo que ve en la ley y el estado la garantía para la existencia de la comunidad, tenga uno de los estados asistenciales con más peso del mundo. El sistema educativo, las pensiones, prestaciones por desempleo, ayudas para la vivienda, etc. son algunos de los gastos que corren a cargo del estado. 

Pero este sentimiento de comunidad no se agota en el estado, sino que la asociación privada es otro de los puntos fuertes del pueblo alemán. Un buen número de alemanes pertenece a una asociación, ya sea deportiva, literaria, musical, etc. Además siempre hay actividades organizadas por la universidad y que permiten superar esas dificultades que entraña la sociedad alemana al tomar contacto con ella. Un ejemplo que habla por sí mismo es el famoso Mensa, un comedor universitario que emplea a estudiantes y que tiene múltiples funciones: almuerzos y cenas, fiestas, cine, partidos de fútbol, etc, y además se puede llevar uno su propia comida o repasar los apuntes, lo que lo convierte en una especie de comedor-biblioteca que envuelve un espíritu universitario que muchos pensábamos que era fruto de nuestras ilusiones de bachiller.

A la hora de analizar a los alemanes, no puedo olvidarme de su apasionado ecologismo y amor por los bosques, los ríos y las montañas. Existe una fuerte conciencia medioambiental. El reciclaje es deporte nacional y todo alemán tiene en el jardín de su casa los tres cubos para separar la basura. Como ya indiqué en un artículo anterior, las calles están en general bastante limpias y abundan las zonas naturales protegidas. La tradición ecologista en Alemania tiene unas raíces más profundas que en otros países; no es un producto del movimiento hippie como cabría esperar. Como decía Elias Canetti en su ensayo Masa y poder, los alemanes se sienten muy apegados a sus bosques. Ya a principios del siglo XX, los Wandervogel, un movimiento de jóvenes que querían reaccionar contra la industrialización, abogando por la vida en la naturaleza, habían echado a rodar este tipo de carácter entre los alemanes, carácter que luego desembocaría en el movimiento boy scout y, en parte, las juventudes hitlerianas. 

También hay una fuerte consideración por los animales y un número cada vez mayor de alemanes es vegetariano. Además, casi todos los restaurantes, incluido el Mensa, ofrecen menús para vegetarianos e información acerca de los componentes de cada alimento.

Por último, los alemanes han sido considerados siempre uno de los pueblos más cultos de Europa. Con la llegada de internet y la completa alfabetización esas diferencias se han ido reduciendo. Aun así, es digno de destacar que los alemanes tienen, en general, mucho mundo y que, por ejemplo, raro es el estudiante universitario que no vivió un año en Latinoamérica o EE.UU después de terminar el Abitur, a los 18 años. Por tanto, son inmunes a muchos de los prejuicios que tantos periódicos españoles nos hacen temer cuando hablan de la imagen que se tiene de España en Alemania. 



A modo de conclusión, sólo puedo decir que, al igual que ocurre con las lenguas, cuando uno conoce un país distinto del suyo, comienza a darse cuenta de las particularidades del lugar en el que ha vivido desde que nació. Esta es, en mi opinión, la cura definitiva para los complejos nacionales, los prejuicios cegadores y el resentimiento entre regiones.

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