El siglo XX fue, en lo que respecta a la política, un periodo turbulento y traumático para Europa en general, y para Alemania en particular. Si el XIX fue el siglo del Superhombre, la promesa del paraíso en la tierra y los fines absolutos, el XX será el de los medios y los exámenes de conciencia.
Alemania, tras afianzarse como nación y gran potencia europea, tuvo que atravesar dos guerras mundiales, una hiperinflación que terminó por mermar la identidad de los alemanes y una matanza de 6 millones de judíos de la que Alemania sólo ahora comienza a recuperarse moralmente. Tremenda tarea, pues, la que los cronistas de la literatura alemana tuvieron que desarrollar en este siglo. Pero un país que había producido a joyas como Goethe, Schiller o Heinrich Heine supo ofrecernos en el siglo XX una nueva colección de literatos que se enfrentaron al terror, lo miraron a la cara y lo expusieron negro sobre blanco ante la Historia.
Thomas Mann (1875-1955) es el Novelista. Cuando hace un año, en plenas vísperas de mi erasmus, decidí frecuentar la literatura alemana, su Muerte en Venecia lo catapultó a mi tridente personal, junto a Dostoievsky y Unamuno. Es hasta ahora el novelista más culto que he conocido. Sus personajes se enfrascan en profundos debates sobre música, religión, arte, filosofía y otras tantas disciplinas. A decir verdad, sus historias se encuentran a caballo entre la novela y el ensayo. Es un narrador considerado, que se para a hablar con el lector, que reflexiona sobre los capítulos anteriores y parece acompañarlo a uno a lo largo de toda la obra. Fue un autor prolífico y aquí no puedo hacer más que nombrar algunas de sus obras maestras, como por ejemplo La montaña mágica, una penetrante reflexión acerca del tiempo y de cómo la enfermedad afecta a la concepción de la realidad que tiene el enfermo y, por supuesto, el Doktor Faustus, escrito durante la Segunda Guerra Mundial y donde adelanta los dilemas morales a los que se enfrentaría Alemania en la segunda mitad del siglo.
Günter Grass (1927), que sigue publicando en la actualidad, recoge el testigo de Thomas Mann y en su archiconocido Tambor de hojalata (1959) hace un repaso a la historia de Alemania desde los años 20 hasta principios de los 50. En la ciudad libre de Danzig de la época, un hombre que deja de crecer a los tres años, recorre tres décadas dramáticas de la historia del país con su tambor atado al cuello. A mi parecer, su característica más destacable es una habilidad particular para acercarse a los temas de la vida cotidiana, familiar, y de alcanzar resquicios de la percepción que otros novelistas tan sólo llegan a insinuar.
Repasando anteriores entradas, me he dado cuenta de que todos los autores sobre los que he hablado eran alemanes, y esta era una mancha que no podía empañar esta breve serie de artículos. Porque el alemán, a pesar de su nombre, no se habla sólo en Alemania, sino también en Austria, Suiza, Luxemburgo, Liechtenstein y otros tantos lugares tanto de Centroeuropa como de América. Por eso y por lo que el nombre de Franz Kafka (1883-1924) significa para la literatura universal, no podía terminar este artículo sin hacer referencia un escritor no alemán.
Franz Kafka es el bicho raro, el niño aislado, el creador de situaciones absurdas y de los callejones sin salida. Queriendo materializar estos rasgos, Kafka escribió La metamorfosis, que poca reseña necesita, pues es una obra que está dispersa en la cultura y es conocida por todos, un grito de terror de aquel que no puede hacerse comprender, que se considera un estorbo y es un gueto entre los guetos de la urbe. No puedo olvidarme naturalmente de El proceso, obra inconclusa y paradigma de lo kafkiano, reflexión sobre la justicia en la que el personaje es llevado a juicio sin que se le informe de las motivos, una situación de angustia que ha hecho eterno a su autor y le ha garantizado un asiento en la literatura universal.
Estos cuatro artículos han sido sólo un esbozo de todo aquello que se ha producido en lengua alemana. Hago una parada en la larga travesía de la literatura alemana para dedicarme a mi regreso a otras historias, otros países, otros lugares y otras perspectivas, sabiendo que Deutschland se ha adherido a mis botas para mezclarse con la tierra de otros caminos.
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